En Ecuador se cierra la era del Proyecto Ciudad del Conocimiento, creado durante el Gobierno de Rafael Correa
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En Ecuador se cierra la era del Proyecto Ciudad del Conocimiento, creado durante el Gobierno de Rafael Correa
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Quiero compartirles algo que escribí en 2023, cuando el gobierno de ese entonces decidió dar por terminado el proyecto de la Ciudad del Conocimiento Yachay.
Es un error permitir que las emociones intestinales y opiniones personales interfieran en aspectos humanos que no deberían ser objeto de debate sobre su existencia, sino sobre su ejecución. La pregunta correcta no es "¿debemos hacerlo?", sino "¿cómo lo vamos a hacer?"
Crear una sociedad emprendedora es fundamental, y una de las áreas con mayor impacto y potencial económico es la biotecnología. La biotecnología médica lidera en términos económicos, la ambiental es crucial para el futuro del planeta, y la alimentaria es esencial para la seguridad global, entre otras.
Yachay fue una idea excelente que, lamentablemente, no tuvo una ejecución adecuada. En este artículo, compartiré algunas de mis observaciones sobre lo que ocurrió, pero también propongo retomar un proyecto similar, aún más ambicioso, alejado de sesgos políticos. La educación, la investigación, la innovación y el arte representan lo mejor de la humanidad: son expresiones de nuestra capacidad para crear, transformar y mejorar el mundo.
Por eso me identifico como socialdemócrata. Esta filosofía defiende principios que considero irrenunciables: la salud como un derecho universal, la educación como un derecho universal, el trabajo justo y bien remunerado como un derecho universal, y la jubilación digna con todos sus beneficios como un derecho universal. Por supuesto, en un país en desarrollo como Ecuador, el sector privado también juega un papel crucial. Apoyar el crecimiento empresarial privado es igualmente una política necesaria para impulsar el progreso económico y social.
Este artículo no solo es una reflexión sobre lo que pudo ser Yachay, sino también un llamado a construir un futuro donde la ciencia, la innovación y la justicia social vayan de la mano.
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Publicado Enero 8, 2023
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En Ecuador se cierra la era del Proyecto Ciudad del Conocimiento, creado durante el Gobierno de Rafael Correa
Una ciudad del conocimiento es, sin lugar a dudas, el sueño de toda comunidad, o al menos debería serlo. Representa la materialización de un futuro donde la ciencia, la innovación y el desarrollo se entrelazan para impulsar el progreso de una nación. Ecuador, con su riqueza cultural, natural y humana, sin duda merece contar con una ciudad del conocimiento o, al menos, un gran centro de innovación. Este no solo sería un símbolo de avance, sino también una herramienta fundamental para transformar el potencial del país en realidades tangibles que beneficien a todos sus ciudadanos.
A principios de 2014, tuve la oportunidad de conocer al presidente Rafael Correa durante su visita a Harvard. En ese entonces, yo era una persona activa dentro de la comunidad ecuatoriana a través del grupo AENI, una ONG dedicada a recaudar fondos para proyectos dirigidos a niños en Ecuador. Gracias a esta labor, había tenido el privilegio de conocer a la embajadora de Ecuador en Washington y a la cónsul en Massachusetts. Fue el propio presidente Correa quien me invitó a contribuir al país mediante la transferencia de tecnología y a llevar mi conocimiento a Ecuador, algo que, para mí, siempre ha representado el sueño de todo académico: compartir lo aprendido.
A finales de 2014, viajé a Ecuador como parte del Proyecto Prometeo. Lo hice con gran entusiasmo y un profundo deseo de colaborar en una iniciativa que consideraba un paso crucial para el desarrollo local y regional. Llevé conmigo varias propuestas, no solo para Yachay, sino también para el INSPI y la Universidad de Guayaquil, instituciones con las que tendría la oportunidad de trabajar. Durante mi estancia, me reuní con otros Prometeos, la mayoría de ellos internacionales, quienes compartían el mismo entusiasmo y compromiso por contribuir al proyecto.
Uno de los primeros obstáculos que enfrenté fue la actitud de algunas personas y la marcada diferencia académica entre las tres instituciones. En las entidades públicas con las que colaboré, me encontré con una mentalidad que podría resumirse en la frase: “Enséñame lo que yo quiero que me enseñes, nada más, y no intentes hacerme cambiar”. Esta resistencia al cambio se hizo evidente en varias ocasiones. Por ejemplo, un individuo que se autodenominaba científico, con un título de maestría y que insistía en que todos lo llamaran “doctor”, llegó a decirme que debía adaptarme a la forma en que se hacían las cosas allí, pues ya no estaba en Estados Unidos. Su objetivo parecía ser hundirme para evitar cualquier transformación, una situación que, como descubrí más tarde, también afectaba a otros Prometeos.
Además de estas actitudes, las diferencias en los niveles científicos y académicos entre las instituciones eran abismales. Yachay, la Ciudad del Conocimiento, aún estaba en desarrollo y contaba con un núcleo científico pequeño pero en crecimiento. Durante mis visitas, recuerdo haberme reunido, como máximo, con uno o dos de sus investigadores, lo que reflejaba la limitada capacidad científica del lugar en ese momento.
Por otro lado, el INSPI presentaba una situación peculiar: técnicos y médicos ocupaban puestos directivos en los departamentos, muchos de ellos con experiencia en procesos prácticos pero sin una formación académica sólida. Esta falta de rigor académico se traducía en una recopilación y análisis deficiente de los datos de salud de la población, lo que limitaba su utilidad y afectaba la comunicación efectiva con la comunidad. Como consecuencia, la toma de decisiones se veía seriamente comprometida, con implicaciones negativas para la salud pública. Solo dos laboratorios, uno en Guayaquil y otro en Quito, destacaban como excepciones a esta realidad, manteniendo estándares más altos en sus operaciones.
En contraste, en la Universidad de Guayaquil, específicamente en la Escuela de Medicina, encontré académicos con una preparación más sólida y planes científicos, aunque principalmente a nivel de licenciatura y maestría. Sin embargo, estos esfuerzos se veían constantemente obstaculizados por una interminable lucha de poder interna, frenando tanto el progreso individual como la colaboración interdisciplinaria necesaria para lograr avances significativos.
Este panorama reflejaba un problema estructural profundo: la falta de una visión integradora y estratégica que alinee los esfuerzos de las instituciones científicas y académicas del país. Mientras Yachay luchaba por consolidarse, el INSPI carecía de liderazgo académico y la Universidad de Guayaquil se veía paralizada por conflictos internos. Sin una coordinación efectiva y un enfoque claro en la excelencia científica, el potencial de Ecuador para convertirse en un referente regional en investigación e innovación seguirá siendo una promesa incumplida.
Yachay, la Ciudad del Conocimiento. “Este lugar está demasiado alejado de Quito”, fue mi primer comentario al llegar. El viaje desde el aeropuerto tomó casi tres horas. Me acompañaban el director del INSPI, un ingeniero recién graduado sin experiencia en la administración de centros de investigación, y quien, inexplicablemente, había nombrado a una joven secretaria como Directora Nacional de Investigación. El propósito del viaje era conocer el futuro edificio del INSPI en Yachay. Sin embargo, el director del INSPI y su gestión administrativa se convertirían en una de las mayores decepciones que he experimentado en mi vida profesional.
Ese mismo día, me reuní con el director de Yachay, a quien ya había conocido en Boston. Mi segunda observación fue que resultaría difícil atraer a investigadores innovadores a un lugar tan remoto, enclavado entre montañas y rodeado de pueblos pintorescos pero carentes de los recursos necesarios para generar una masa crítica de conocimiento.
Durante la visita, me solicitaron revisar, opinar y aprobar la propuesta del plano arquitectónico del edificio de investigación del INSPI en Yachay. Al analizarlo, noté que los laboratorios carecían de ventanas con vista a las impresionantes montañas, ya que todos los servicios de mantenimiento corrían por la pared exterior. Esto me llevó a preguntar si los arquitectos habían visitado alguna vez un centro de investigación. La respuesta, como era de esperar, fue negativa. Otro detalle que captó mi atención fue el diseño de un jardín interior en el primer piso, con una apertura que se extendía hasta el último nivel, conectando directamente con los laboratorios, cuyas puertas abrían hacia ese espacio. Les expliqué las razones por las cuales no era viable tener laboratorios avanzados que se comuniquen directamente con un jardín, ya que esto compromete la integridad de los experimentos y la seguridad de los investigadores. Sin embargo, parecían no comprender los “detalles finos” de la investigación científica.
Me negué a aprobar la propuesta del edificio hasta que se modificara esa distribución. La solución que propusieron fue instalar paredes de vidrio alrededor del jardín interior, una idea que, aunque estética, no resolvía los problemas técnicos. Al final, esos edificios de investigación nunca se terminaron de construir.
Los recorridos por Yachay eran verdaderamente hermosos. El lugar había sido originalmente una finca perteneciente a una familia adinerada, y el edificio principal, con su arquitectura colonial, era un vestigio impresionante de esa época. El aire fresco, el cielo casi siempre despejado, el suave sonido del viento y el aroma de las montañas creaban un ambiente encantador. Desde una colina cercana, pude contemplar la extensión de la finca y, al mismo tiempo, escuchar las ambiciosas visiones sobre el futuro de Yachay. En sí mismo, el lugar habría sido idóneo para un proyecto de esta envergadura, pero no a dos horas y media de la capital.
Uno o dos meses después, volví a reunirme con el director de Yachay, Ciudad del Conocimiento (no confundir con la Universidad). Durante esa visita, algo llamó poderosamente mi atención. Las oficinas administrativas y la mayor parte del personal ocupaban un espacio amplio y bien equipado en la ciudad de Quito. Cuando me reuní con el director, le planteé una pregunta retórica: ¿por qué estaban en Quito y no en Yachay? Ya conocía la respuesta, pero quería llegar a un punto de entendimiento.
La razón era clara: los negocios, servidores, proveedores y otros recursos esenciales estaban en Quito, o al menos era más fácil acceder a ellos desde allí. Sin embargo, si los administradores preferían estar en Quito por comodidad y acceso, ¿no habían considerado cómo se sentirían los científicos, quienes también necesitarían acceso a esos recursos y muchos más? Las explicaciones que me dieron nunca lograron satisfacer mi pragmatismo científico. La ciencia no se construye sobre ideas románticas, sino sobre hechos prácticos y eficiencia. Yachay, en ese momento, parecía más un sueño idealizado que un proyecto viable.
Ese era precisamente el punto al que quería llegar: un centro de innovación debía ubicarse en una ciudad importante como Quito o Guayaquil, o al menos cerca de ellas, para poder aprovechar los recursos ya existentes. Hablamos de universidades, bibliotecas, museos, hospitales, otros centros de investigación con científicos y equipos establecidos, empresas de biotecnología que podrían beneficiarse del conocimiento generado, y una infraestructura urbana que incluyera restaurantes, hoteles, cafés, bares y lugares de esparcimiento. Todos estos elementos son esenciales para crear un ecosistema que fomente la innovación y atraiga talento.
Después de realizar un análisis detallado de las instituciones y recursos de Guayaquil, compartí con varias instituciones (públicas y privadas) y entidades del gobierno, una visión que había desarrollado: la posibilidad de crear un centro de innovación en biotecnología médica, una de las industrias más grandes y prometedoras del mundo. Este proyecto podría construirse a partir del INSPI, desarrollando plataformas científicas que compartan y aseguren el acceso a los equipos científicos necesarios, aprovechando su infraestructura y la cercanía de numerosas instituciones médicas y científicas (universidades y hospitales), e industrias en un área geográfica reducida. Sin embargo, parecía no ser el momento adecuado para esta idea.
El gobierno tenía toda su atención y recursos enfocados en Yachay. Si bien Yachay podría funcionar como universidad, como centro de innovación o “ciudad del conocimiento” presentaba serias limitaciones. O, al menos, no debería haber sido el único foco de proyectos de innovación en el país. La falta de diversificación y la insistencia en un solo modelo, sin considerar las ventajas de otras ubicaciones y enfoques, limitaba el potencial real de Ecuador para convertirse en un referente en ciencia y tecnología.
Este año 2023 comienza con la noticia de que el Gobierno actual de Ecuador ha decidido dar por terminado el proyecto de la Ciudad del Conocimiento. Sin embargo, considero que la idea en sí no debería abandonarse. Aunque la empresa creada durante el gobierno de Rafael Correa tuvo sus matices y fallas administrativas, fue una iniciativa excelente que, sin duda, debería ser mejorada y gestionada por científicos expertos e innovadores en biotecnologías. Es responsabilidad del Gobierno actual no solo cerrar puertas, sino también presentar una contrapropuesta que rescate lo valioso del proyecto y lo optimice. Es fácil para los mediocres intelectuales de derecha criticar y destruir ideas, pero les resulta casi imposible proponer proyectos innovadores y viables.
Ecuador necesita, más que nunca, una ciudad del conocimiento enfocada en ciencias básicas y aplicadas, que sirva como motor para desarrollar y sostener industrias locales y regionales en áreas como medicina, agricultura, medioambiente, ingenierías y muchas otras. Esta no es una simple aspiración, sino una necesidad urgente que debe materializarse lo más pronto posible.
Es importante resaltar que, durante el gobierno de Rafael Correa, el tema de la innovación se discutió como nunca antes, lo que generó una nueva conciencia en el país. Fue una oportunidad histórica que, lamentablemente, fue desaprovechada y destruida por los gobiernos posteriores de derecha. Ecuador debe invertir en un proyecto de esta magnitud, mejorando la estratégia y aprendiendo de los éxitos y errores del pasado. Se requiere de personas que, además de soñar, tengan las capacidades intelectuales, académicas y la experiencia necesaria para llevar adelante una iniciativa de esta envergadura. Además, es fundamental proteger este tipo de proyectos de la corrupción, tanto institucional como individual.
No será una tarea fácil, pero sin lugar a dudas, esta es la ruta que permitirá al país unirse al tren del desarrollo mundial. La creación de una ciudad del conocimiento no es un lujo, sino una inversión esencial para el futuro de Ecuador.
Diana Chiluiza, PhD
Guayaquileña en Boston, Massachusetts